viernes, 10 de febrero de 2012

El cine cambia la Historia

En la primera semana de diciembre de 1979, la Junta de Valoración de Películas del ministerio de Cultura asiste a la proyección de la película El crimen de Cuenca . Es un puro trámite para obtener la licencia de exhibición y la clasificación por edades, pues la censura ha desaparecido hace dos años. Sin embargo, en este caso, los vocales de la junta quedan sobrecogidos al ver en la pantalla unas espeluznantes imágenes de tortura, las cuales, por si fuera poco, son obra de la Guardia Civil. Miembros de la Benemérita, en efecto, cuelgan a un detenido por los testículos, clavan astillas de madera en las uñas de otro, arrancan un bigote con unas tenazas o golpean con saña a los que están bajo su custodia. Estos malos tratos son reales. Los sufrieron en 1913 dos campesinos para confesar un asesinato que nunca cometieron. Pero el problema no es la dureza de las escenas. Eso se castiga dando a la película la clasificación “S”, la categoría propia del porno blando y del cine muy violento. El dilema es: ¿de qué trata El crimen de Cuenca? ¿De las torturas que la Guardia Civil cometió en 1913 o de las que perpetra en ese momento, 1979, contra terroristas y delincuentes? ¿La película forma parte de una conspiración de la izquierda para echar a la Benemérita del País Vasco y convertirla en un cuerpo civil?



  Estas preguntas hacen que, de forma insólita, el ministerio de Cultura paralice la concesión de la licencia y organice varios pases privados. Uno de ellos para un funcionario de la fiscalía. Otro para un enviado del teniente general Antonio Ibáñez Freire, Ministro del Interior. Y un tercero para un teniente coronel de la Guardia Civil, que hace de “ojeador” del teniente general Pedro Fontenla Fernández, Director General de la Benemérita en esos momentos. Estos dos últimos, que representan a los dos organismos de los que depende el Cuerpo (Interior y Defensa), dictaminan que la película no se puede estrenar. El Fiscal General del Reino les secunda, aunque no muy convencido de la legalidad de la decisión o de que la prohibición pueda prosperar. Ante sus dudas, tiempo después, la jurisdicción castrense de la Iª Región Militar de Madrid, al mando del capitán general Guillermo Quintana Lacaci, dicta el secuestro de todas las copias del filme y, más tarde, procesa a la directora de la película, Pilar Miró, por injurias a la Guardia Civil.



Estas decisiones suponen un golpe a la Transición en el sentido de que son un acto involucionista por el que un sector de los militares quiere dejar sin efecto la libertad de expresión y el derecho a la jurisdicción civil, además de imponer un silencio sobre la guerra sucia que el Estado practica contra el terrorismo. Adolfo Suárez, jefe del gobierno, en lugar de poner en su sitio a estos mandos y desmontar el golpe (de salón o en do menor, si se quiere), adopta una postura dubitativa. Teme que, si se estrena la película, estalle de verdad un golpe militar, ya que el clima en los cuarteles está muy encendido. Con ello solo logra que El crimen de Cuenca desgaste a su gobierno, pues la izquierda orquesta una hábil campaña de defensa de la película que le permite presentarse ante la opinión pública como el adalid de la libertad de expresión y de los derechos civiles, mientras la actitud de la UCD ante el caso sería el síntoma de que España vive en un régimen de democracia vigilada. Digo campaña orquestada porque, en realidad, el PSOE evita entrar en el fondo de la cuestión: ¿pero se tortura en la España de la Transición?

Es así como, durante veinte meses, el escándalo de El crimen de Cuenca interfiere continuamente en la agenda política (y por lo tanto en la Historia) de aquel momento (moción de censura de mayo de 1980, debate sobre el Código Militar…), a la vez que los acontecimientos del país (elecciones en el País Vasco de marzo de 1980, 23-F, caso Almería…) posponen una y otra vez el estreno de la película. Cuando finalmente se fija una fecha para su exhibición, agosto de 1981, las amenazas de bomba de la ultraderecha obligan a la policía a adoptar fuertes medidas de seguridad para proteger a los espectadores. Estos, lejos de amedrentarse, forman grandes colas para ver la película prohibida por la censura cuando ya no había censura.

viernes, 3 de febrero de 2012

Cuando Carmen Sevilla era Marilyn Monroe


Carmen Sevilla con las tropas españolas
Entre octubre de 1957 y abril de 1958 España estuvo en guerra con Marruecos  por un territorio que Franco consideraba parte del Sáhara Occidental, entonces colonia española. Se llamó a este conflicto La guerra del Ifni.

En la Navidades de 1957, Carmen Sevilla visitó las tropas para animarlas, imitando una práctica que relacionamos, normalmente, con las estrellas de Hollywood, en especial, el viaje que en febrero de 1954 Marilyn Monroe hizo al Japón para visitar las tropas norteamericanas inmersas en la Guerra de Corea.
Marilyn Monroe con las tropas americanas


En realidad, Carmen Sevilla formaba parte de un séquito  de artistas formado por Miguel Gila, el trío Las Vegas, la bailarina cubana Emma Frometa, el pianista Miguel Peña, la cantante argentina Marisol Reyes y el fotógrafo Alonso. La idea del viaje es del locutor murciano Adolfo Fernández. En el día de Noche Vieja, viajaron a distintos puntos de Sifi Ifni con el festival, incluidos los campamentos de primera línea. Adolfo Fernández gravó varios mensajes de los soldados a sus familias con su equipo portatil de sonido.
Salida del avión desde Madrid
Miguel Gila y Carmen Sevilla

Miguel Gila. ¿Interpretaría uno de sus monólogos antibelicistas?